zondag 23 oktober 2011

La receta es tan antigua como los pies



De todos es bien sabido que el ajo tiene muchas propiedades.
Antiguamente en el pueblo hacía frío… ¡mucho frío! No había calefacción ni estufas. Sólo existía el brasero o la lumbre. Los niños después de dejar las sandalias de goma que calzábamos durante el buen tiempo, pasábamos a los chanclos de cuero con piso de madera. A pesar de llevar calcetines de pura lana al igual que las auténticas mantas zamoranas, tejidos a mano con cuatro agujas por nuestras madres y abuelas, nos aparecían los temibles sabañones en los dedos de los pies que picaban ¡ay de mí! un montón; sobre todo en el dedo meñique. Para calmar el insoportable picor que producían los sabañones, rascábamos los dedos con los chanclos puestos, rozándolos sobre cualquier superficie saliente. Pero para curarlos, no había otra solución que recurrir a un remedio casero, que aunque doloroso era efectivo al 100 x 100: “el ajo”; que entre otras muchas propiedades además de hacer ricas sopas de ajo, tenía la virtud de curar los sabañones.
Así que nuestros padres ponían manos a la obra. Mientras rezábamos el rosario, o limpiábamos legumbres sentados alrededor de la mesa camilla, metían varios dientes de ajo entre las ascuas del brasero hasta que estaban bien tostados. Entonces, nos quitaban los chanclos y los calcetines y nos sujetaban los pies. Sobre los dedos afectados por la rojez restregaban un ajo con fuerza hasta que se deshacía. A los niños se nos caían unas lágrimas como puños porque quemaba mucho y no podíamos librarnos. “Santo remedio”. A partir de ese momento, los sabañones ya no picaban más, estaban curados. No sé si el ajo curaba por sus excelentes propiedades o porque quemaba el sabañón de raíz. Y así cada invierno. Son recuerdos de la niñez que dejan huella, y nunca mejor dicho. Ahora ya no hay ni sabañones..., afortunadamente.

ollamas30@gmail.com

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